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Las feministas ya lo sabíamos

Era 2 de abril de 2022 y las feministas sabíamos perfectamente lo que nos esperaba. Ante la más que probable coalición entre PP y Vox, el movimiento se dio cita en Valladolid para advertir de que no daríamos ni un paso atrás en nuestros derechos. Sentíamos determinación, solidaridad, fuerza… aunque la convocatoria, seamos sinceras, no fue todo lo multitudinaria que debiera haber sido. Nos preguntamos entonces qué más tenía que ocurrir para que todo demócrata convencido saliera a las calles para gritar ‘basta’ ante el retroceso que se avecinaba. Y teníamos razón.

Teníamos razón porque el feminismo ha estado en continua lucha por los derechos de las mujeres, sin momento alguno en el que hayamos podido bajar los brazos, porque todas las guerras, todos los conflictos y todas las luchas se hacen carne en el cuerpo de las mujeres. Dominarnos forma parte del plan y lo sabemos porque controlando a la mitad de la población, controlas el mundo.

Teníamos razón porque nadie mejor que nosotras para saber la importancia de las palabras, de los nombres y de las denominaciones. Por eso, cuando Vox, en una de sus primeras medidas, anunció una nueva Ley de Violencia Intrafamiliar, por mucho que aseguraran que no iban a tocar la Ley de Violencia de Género, sabíamos que era un ataque a nuestros derechos. La extrema derecha es experta en reabrir debates ya superados y una buena parte de la sociedad no se da cuenta de lo perverso que es eso. Nos hemos cansado de intentar explicar a compañeros, incluso a aquellos que se consideran aliados, que aceptar el término ‘intrafamiliar’ es atacar directamente a la lucha contra la violencia machista. Pero no lo quieren entender.

No quieren comprender que la ultra derecha se maneja como nadie en el debate simbólico; que prefieren lanzar mensajes que nos pongan en guardia incluso cuando sus decisiones sean inocuas. ¿Realmente lo son?

Las feministas sabíamos perfectamente que en cualquier momento llegaría el turno del derecho al aborto. Y no os confundáis: el espectáculo protagonizado por Vox y PP, con idas y venidas, anuncios y rectificaciones, no significa que hayan perdido la partida. Poco les importa si a una embarazada se le obliga o no a escuchar el latido del feto. Importa, pero no para los planes de Vox. Lo que han conseguido es que muchas personas, demócratas en principio, firmes convencidos de los derechos de la mujer incluso, no perciban lo perverso de este debate: volver a poner sobre la mesa si las mujeres tenemos derecho o no a abortar. Porque se empieza así y se termina rezando el rosario frente a una mujer que, no lo olvidemos, está ejerciendo su libre derecho al aborto. Derecho amparado por una ley que, sin ser perfecta, al menos nos da cierto control sobre nuestras vidas y nuestros cuerpos. Una ley que, por cierto, se mantiene gracias al empeño del feminismo.

El mensaje está lanzado: igual que las personas inmigrantes saben que están en el punto de mira de la derecha desde que el PP aceptó aquello tan etéreo y peligroso como ‘inmigración ordenada’, las mujeres sabemos perfectamente que somos el enemigo a batir en una lucha que no será explosiva, ni siquiera llamativa. La guerra, que ya ha comenzado, está plagadas de pequeños gestos que vamos -van- normalizando porque aparentemente no tienen importancia. Eso es lo que ha pasado – y seguirá pasando- esta semana en Castilla y León, que sin cambiar prácticamente nada, ha cambiado todo.

Es necesario ampliar la mirada. La extrema derecha cuestiona derechos fundamentales y que creíamos consolidados, y lo hace de la mejor manera que sabe, de forma sibilina, que parezca que no han conseguido nada cuando lo están acaparando todo.

Y por supuesto, es necesario que los medios de comunicación se posicionen a favor de los derechos humanos. En esta materia no cabe el periodismo de declaraciones o la equidistancia de la que, desgraciadamente, empezamos a ver preocupantes ejemplos.

Las feministas teníamos razón cuando sentimos una puñalada el día en que Alfonso Fernández Mañueco anunció su pacto con la extrema derecha porque supimos entonces que las mujeres nos habíamos convertido en moneda de cambio. Teníamos razón, pero de nada nos está sirviendo.